sábado, 7 de julio de 2012

Carricero cantando y otras cosas del campo



Otro día más salía a pasear por la mañana, con la cámara de fotos y acompañado de Suska. Atravesé el pequeño túnel con la intención de seguir por la Ribera de Entrepeñas y al otro lado me recibió un carricero políglota con sus trinos. Me puse a hacerle fotos y pensando que sería por poco tiempo, pues en cuanto se diese cuenta de que le estaba fotografiando se iría, le tiré una serie de fotos en cualquiera de las posturas que se pusiera.

No ocurrió como yo pensaba, ya que el tío aguantó más que yo, pues desistí de seguir con la sesión, pensando en que unas cuantas al menos serían buenas. Fueron bastantes las que le hice y hasta me dejó acercarme al chopo. Ya debajo del árbol, o casi al pie del tronco, terminé la sesión pues me cansé yo antes que él.

Me fui a dar el paseo matutino y me entretuve con las flores y con las nubes, que como si estuviese en ellas se me iba el tiempo. En uno de los jardines que bordean la calle Ribera de Entrepeñas, vi unas rosas preciosas y les tomé unas cuantas fotos.

Seguí por el camino adelante en dirección a la Boca del Infierno y tomé unas cuantas también, a unas rosas de escaramujo (rosa canina), llamado también “tapaculos” por el fruto rojo astringente que da el arbusto que, si se come, estriñe el intestino y atasca el recto y no hay quien haga caca en unos cuantos días; de ahí el nombre popular que tienen los frutos rojos de forma amelonada, con pepitas peludas, o filamentadas, por dentro.

Seguí por el camino, entretenido en fotografiar “ojos de buey”, así como a otras flores que muy bonitas, estilo margaritas amarillas; creo que también se las llama estrellas de playa o de mar.
También le tomé algunas a las semillas del tojo moruno, pues ya no tienen flores estos arbustos, y a unos lirios muy diminutos y amarillos, muy
preciosos, que vistas las plantas en conjunto no se adivina lo bonito de la flor, hay que acercarse, agacharse ante ellas y entonces se aprecia su belleza.

La verdad es que se queda uno maravillado de tanta cosa diminuta, curiosa y bella que se esconde entre las hierbas, ramas y piedras del campo y el monte, No se ven a simple vista muchos bichos, pues se “camuflan” algunos tan bien, que no se les ve hasta que no te acercas. Y en la mayoría de los casos, se ven cuando pasas las fotos a pantalla completa por el ordenador, ya que se mimetizan con el entorno.
También le pude hacer algunas, pues aún había flores sanas, a unas cuantas rosas de zarzamora; a las de lechetrezna que son muy peculiares, pues parecen que son las mismas hojas de la planta, y a unas cuantas campanillas azules, o malvas.

De paso, le di al disparador motivado por los contraluces que me ofrecían las ramas de los acebos y las ramas, hojas y frutos de una higuera solitaria, que hay al pie del camino, justo al borde del desnivel que forma la ladera del Alto San Julián, posiblemente vestigio de las tantas que solían tener los árabes por estas y otras tierras españolas, y compañera, en el entorno y el tiempo, de otras desperdigadas al borde de otros de los caminos que tiene a distinto nivel, este monte tan transitado por los deportistas y turistas, o fotógrafos amantes de la Naturaleza, como yo por ejemplo .

También hice fotos a unas flores que crecen aglomeradas a ras de tierra y que no veía desde hace tiempo. Parecen de seda, papel tisú, o cebolla, e incluso hasta parecen de plástico; como fabricadas y puestas o tiradas allí.

Ya de regreso, antes de subir a casa y estando en el garaje, vi un escarabajo que me llamó la atención por los destellos que despedía. Me acerqué y vi, que según me pusiera yo y los rayos del sol en él incidieran, se veía dorado.

Luego, ya en casa, busqué por Internet información relativa a esta especie y me encontré con que se le llama escarabajo de oro y dorado, llegando a leer en un blogg que se ha llegado a pagar hasta 400 € por un bicho de estos. Pensé que sería porque fuese rara la especie, o porque fuera muy raro encontrarlos, pero cuál sería mi sorpresa que al rato bajé por si seguía por allí y poder cogerlo, y me encontré con cinco más, vivos y caminando, y alguno muerto también. Los metí en un frasco que me bajé para el caso y me los subí a casa.

Al día siguiente, pensando en cómo podría hacer para al menos conseguir con ellos unos cuantos cientos de euros, pensé que si yo había dado con unos cuantos en el mismo día y en tan corto espacio, apenas unos metros cuadrados del garaje, sería una tontería o tomadura de pelo y no darían por ellos ni "un chavo". Los tuve en el frasco una semana, porque después no me acordé de bajarlos y soltarlos el mismo día que los cogí, y se quedaron tiesos, secos diría yo, junto con otro también rarillo que encontré por allí.

Desde la terraza, y para rematar la mañana, le estuve haciendo fotos a un mirlo joven que andaba picoteando entre las hierbas y a un pájaro, creo que un bisbita, que se posó en la alambrada del recinto de la urbanización.



Rematando el día, ya por la tarde, con unas tomas a una de las antiguas neveras de Sacedón que se ve desde mi terraza y otras de las estelas que dejan los aviones en la atmósfera, que según como las dé el sol cambian de color y de nitidez, pues por esta zona, sobre ella, pasan muchos aviones dejando el cielo rallado.




AdriPozuelo
Sacedón








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