lunes, 16 de abril de 2012

Una mañana más con pájaros

Abro el candado de la cancela y salgo de la urbanización. Tras cerrar, parto en dirección al pasaje del que apenas me separan diez metros, por el que se salva el obstáculo que supone la nacional para acceder a la ribera del pantano desde mi casa y que pasa bajo ella.

Antes de entrar en la boca del corto túnel, ya escucho los trinos de las distintas especies de pájaros, que encaramados en las ramas de los árboles del otro lado, así como sobre tejados y vayas de las casas que bordean la ribera, cantan, trinan y pían sin parar.
Llegando al otro lado e incluso antes de salir de debajo del hormigón, el cual me hace llegar el sordo rumor de la rodadura de los vehículos que circulan sobre el asfalto, se oye el graznido de las chovas junto con el de un distante cuervo que debía de sobrevolar por las inmediaciones; comprobando, al llegar al pie del camino que sale a mi derecha en bajada hacia el agua, cómo el uno hace sus pasadas sobre ella y las otras vuelan en mediana bandada hacia las paredes rocosas de la hoz del río, al otro lado del dique donde tienen su hábitat cotidiano, en sus muchos nidos establecidos en sendas grietas de las rocas.
Continuamos por la asfaltada ribera, ya que éramos dos, mi perrita Suska y yo, y vemos y oímos a nuestros amigos “Betoven” y “la rubita” –un precioso y simpático “San Bernardo” y una mestiza muy cariñosa-, que desde detrás de la verja del recinto donde se encuentran, nos reciben. Uno con sus ladridos, ya que no puede salir o escaparse, y la rubita meneando su cola al vernos, ya que es su forma de demostrarnos su alegría. Reptando por debajo de la puerta se acerca a nosotros y poniéndose a mi lado en lo que Suska se da el morro con ella, espera que la de una golosina canina, pues suelo llevar en los bolsillos para premiar a mi perrita y a ella la doy de vez en cuando también un trocito.
Continuamos hacia adelante, con el frío viento en contra, el cual se deja sentir bien en esta zona, debido al encajonamiento por el que le hacen deslizarse las cumbres circundantes, produciéndose el efecto venturi -como corrientemente se le conoce, ya que en realidad es el “Principio de Bernoulli”-, consecuencia del acercamiento que se produce en los montes, llegando a pasar con más fuerza y aumento de velocidad por tanto, al pasar por los dos pequeños túneles que hay debajo de la carretera nacional, dónde en algunas ocasiones he de sujetarme la gorra, si no quiero que caiga en las garras de Eolo en su arremolinada ventura y perchándomela después en alguna rama o zarza cercana, tenga que vérmelas y deseármelas para descolgarla.
Seguimos hacia la “Boca del Infierno”, donde el aire también azota en esa zona, ya que ésta “boca” media entre una gran isla -o pequeña, según con lo que se la compare- y el Alto San Julián, pendiente que queda al oeste del pantano y que en tiempos remotos debió de ser una sola altura o monte.
A la isla la podíamos denominar Eolia, ya que podríamos situarla como la morada del citado dios, que junto a sus seis hijas y seis hijos dominan todos los altozanos, llanos y bajíos del entorno, pues si el padre se desliza hacia el pueblo, los hijos deben de hacerlo por los alrededores, ya que siendo una docena de ellos se entiende la saña con la que te reciben, o te ahuyentan, al aproximarte a sus dominios.
Subiendo la cremallera de la sudadera y del chaleco acolchado, y abrochando los automáticos de éste, continuamos el paseo cámara en ristre con el dedo en el disparador, ya que los pinzones y los verderones cantaban cerca, muy cerca de nosotros, puesto que estaban encaramados en las ramas de los pinos que cubren hasta la mitad de la calle, así como en la lejanía los oíamos, sintonizando con el trinar de los jilgueros, cual sinfónica campestre.
Hoy estaba decidido y dispuesto, a pesar del frío recibimiento de dioses y diosecillos, a hacerles más de una foto. Esto sería posible si es que algunos se dejaran ver, pues hay días que como hoy, los oyes clara y nítidamente pero no se les ve. Y si se les ve, o están tras alguna rama, hojas o agujas de pino, o se confunde su silueta con los frutos de éstos árboles.
Al final he conseguido unas cuantas de pinzones, jilgueros y verderones, así como de unas cuantas chovas en vuelo; un pequeño grupo que pasando muy cerca se dirigía al Alto San Julián. Como al disparar la cámara mi perrita dio un tirón, no pude tomarlas bien, teniendo que fotografiarlas cuando ya estaban relativamente lejos.
Bueno, ya habrá más ocasiones en que se las pueda fotografiar a gusto, ya que la primavera no ha hecho más que empezar y tienen que venir muchos días en que las pueda ver posadas en el suelo y junto al pantano, además de venir provisto del trípode y otros objetivos.
Tomé también unas cuantas fotos a unas lilas abiertas, que desde los lilos que hay junto al borde del asfalto despedían su penetrante aroma, llegando fugazmente hasta mí, ya que el viento se encargaba de quitármelo antes de que pudiese disfrutar plenamente de él. Estaban preciosas, al igual que las de un lilo de un jardín cercano, al que tomé una foto pues estaba exuberante de las olorosas florecillas.
De regreso tomé el coche y me fui hasta el pueblo para hacer algunas compras, necesarias para el almuerzo diario. Tras aparcar cerca de la plaza, junto al callejón donde se encuentra el pub “Qué punto”, me fui al bar a desayunar.
Pasé, y como hago todos los días que voy, di los buenos días nada más traspasar la segunda puerta, la que da acceso al local y fui contestado, como casi siempre, por las sillas y mesas vacías, ya que las ocupadas no se dignan dirigirse a nadie, cuanto menos a extraños, al estar sus ocupantes sobre ellas, enmudeciéndolas por completo.
Al acercarme al mostrador y repetir mi venturoso saludo, al fin me contestó el amable camarero, cosa que también suele ser así casi siempre, o casi todos los días. Le pedí mi café con leche, a lo que añadió: -Con churros ¿verdad?- y le contesté afirmativamente.
Tras indicarme que me lo serviría en una mesa, me dirigí a una que había desocupada, cosa rara ese día, ya que los martes y jueves rara vez queda una libre a esas horas, pues son días de extracciones y recogida de muestras para análisis clínicos. Como el ambulatorio queda cerca, apenas 100 metros abajo, y es el único bar que sirve churros elaborados in situ, la gente acude allí casi en masa, tras ser “pinchados” y dejar “sus botellitas” de muestras de orina.
Dando cuenta de mi desayuno, estaba yo sentado a una mesa y mirando hacia la entrada, que es como me gusta situarme, quedando el mostrador a mi izquierda, cuando vi al otro lado del cristal labrado a un vejete, que asido al dorado bronce empujaba la hoja de madera y vidrio.
A medida que se me acercaba, pude observar a un hombre con semblante bonachón bajo la visera de una gorra clásica y andares que, aunque no lentos, semejaban aspecto cachazudo, quizás debido esto a la acumulación de años que se le adivinaban, aunque bien abundan los que aun con parecidas sumas añales a sus espaldas, arrostran una cara de mala leche que es como si no pudiesen con ella.
El camarero le saludó nada más verle acercarse al mostrador.

-¡Qué! ¿Cómo va eso Celestino?

A lo que el aludido le respondió:

-Va bien la cosa hijo. ¿Qué más se puede pedir, “pa” los tiempos que corren?

-Qué. ¿Un café con leche?

El hombre asintió, el camarero le sirvió el café y siguió de conversación con los ocupantes de una de las mesas y con otro vecino, que sentado en un taburete junto al mostrador, compartían conversación todos ellos, versando ésta sobre los pocos servicios en el pueblo y que debido a la falta, o escasez de ellos, había que trasladarse a Guadalajara, para tramitar y resolver ciertas cuestiones.

En tanto entró una señora, que al parecer por la conversación entablada, era “hija del pueblo”, saludó al vejete y a mis vecinos de mesa, que al parecer a todos conocía, y la conversación siguió por otros derroteros. Temas banales, como comentar el tiempo climático del exterior, seco, por más y más nubes que se ciernan sobre la zona, y problemas de salud, debido al parecer, a la “acumulación de años sobre una”, según comentario literal de la nueva contertulia.

Comentaron entre ellos -incluido el camarero- sobre “una parálisis”, “embolia”, “o trombosis” -caso en el que cada uno daba su diagnóstico y no llegaban a consenso-, que le había acontecido a un tal Jesús, vecino e “hijo” también del pueblo.

El personaje del café con leche, ajeno a tal conversación, quizás para él tan banal como para perder el tiempo interviniendo en ella, daba cuenta de su desayuno. Al poco llegaba al fin de éste y tras abonar su importe y despedirse de todos los presentes: -Queden ustedes con dios –dijo-, se dirigió hacia la salida encajándose la gorra y se fue.

El camarero, según traspasaba las medias puertas batientes que separan el interior del mostrador con el local, llevando las manos ocupadas con un chocolate en una y unos churros en la otra, para servir a la nueva parroquiana, comentó:

-Hay que ver lo bien “questá” este hombre, “pa” los 90 años que tiene.

-¿Quién? Preguntó a su vez la que esperaba tan suculento manjar, pues según comentara poco antes, estaba en ayunas por tener que “hacerme anélesis de sangre” en el ambulatorio.

-¡Celestino! Contestó el camarero, en expresión significativa de ¿quién va a ser sino? siguiendo en un toma y daca dual.

-Ya lo creo. ¡Ojalá llegue una así a esos años!

-Pues sí.



(AdriPozuelo)

Sacedón, Guadalajara

15 de abril de 2012

martes, 10 de abril de 2012

Judías verdes enlatadas ¿limpias?

 De nuevo tengo que denunciar productos alimenticios, que aunque éste no esté en mal estado, tampoco cumple con ética y limpieza lo que debe de cumplir en el envasado, y menos aun por tratarse de productos semi elaborados.

En primer lugar, la lata ya está algo oxidada en los bordes, deterioro que no tenía que tener, al estar puesta a la venta por el establecimiento vendedor. Aunque a veces el fabricante, o almacenista, ya lo sirven así a los establecimientos. Esto lo sé y lo digo
con conocimiento de causa, ya que he sido dependiente
de ultramarinos, vendedor, o representante de productos
alimenticios y he tenido establecimiento, o negocio propio
del ramo.

En segundo lugar, la "limpieza del producto" alimenticio,
en este caso concreto las judías, y lo explico, pues estas no lo estaban.
              
Las judías las envasan cortadas y, en teoría,  "limpias" de desperdicios, o sea, de palitos de las ramas de la planta y de las puntas (rabitos) por donde la vaina de las judías están cogidas a la rama, así como de algun otro cuerpo extraño, como pueden sen piedrecitas y hasta grumos, o pequeños terrones de tierra. Después las envasan y pasan por una cierta temperatura, lo que hace que estén semi cocidas para que su conserva sea óptima, durante el tiempo que permanecen envasadas hasta que se consuman, o hasta la fecha de caducidad.

Esta se refleja en la lata, dando un plazo equis de tiempo, dependiendo de la de envasado. En las dos latas que compré en la tienda de... (el nombre mejor será omitirlo), ésta era correcta, ya que la caducidad cumplía el 2 de septiembre de 2015. Si ya estaba así de oxidada por fuera la lata, faltándole más de tres años para cumplirse, o caducarse, ¿cómo estará a pocos días próximos a la fecha de caducidad,
de no haberla vendido aun el establecimiento, o aun
habiéndola vendido, no haberla consumido el consumidor?

Ya me lo figuro, pues también he visto algunos envases así, que faltándoles poco tiempo para la caducidad, y por haberlos tenido en ambiente húmedo, estaban los bordes casi rojos, debido al orín que la oxidación había producido en el latón. Si no ha sufrido golpes, como para que las abolladuras puedan haber deteriorado el teflón interior, el producto se puede consumir aun, siempre y cuando esté dentro del margen de fecha de duración del producto, pero ¿quién se atreve a consumir algo, que ya por fuera el envase te da grima verlo?

Al menos el teflón del interior de las dos latas que compré estaba intacto y por tanto el producto en condiciones aptas para su consumo, pero además de las consabidas judías, venían acompañadas por las puntas de los rabitos, más unos trocitos de rama y una pequeña piedrecilla, la cual no sale en las fotos porque la tiré a la basura antes de hacerlas, pues no tenía pensado fotografiarlas, siguiendo con la tarea de hacer la comida después de que escurriesen.

En la etiqueta del producto, la del envase, debe de poner el contenido de éste, la procendencia y la categoría y calibre, así como el nombre del fabricante o envasador, o si procede, el del importador.

En estas aparece todo eso, menos  lo que en otras he leído en alguna ocasión, que es aquello de: "judías seleccionadas, cortadas y limpias", además de "categoría extra". Quizás por eso éstas no venían limpias. Así que por esto no se les podría reclamar nada, pues nada dice de esto la etiqueta y bien claro se lee que la categoría es "primera" que ya se sabe que es la inmediatamente inferior a la "extra".

Solamente se les puede reprochar lo poco ético, curioso y limpio que es el fabricante, que no cuida de la buena imagen de su producto. Menos mal que por lo
menos este es de origen español, de La Rioja concretamente,
pues en otros fabricantes se viene leyendo que el origen
es de Oriente o de sudamérica. ¡Como si aquí no
tuviesemos mejores productos que los de esos otros  países!

Pero claro, como les salen más baratos (a ellos, que no a nosotros los consumidores) y por tanto más rentables que los nuestros, nos "dan gato por liebre" impune, o indecentemente, si no lees la etiqueta antes de echar el producto a la cesta de la compra.

Por eso yo, como ya me he llevado alguna sorpresa al abrir un envase , o al ir a consumir un producto que no era de mi agrado, miro y requetemiro, leyendo la etiqueta de los envases que puedan resultarme sospechoso de contener un producto de importación, puesto que por la marca ya no te puedes fiar de que contenga productos españoles.

viernes, 6 de abril de 2012

Lluvias los días 4 y 5 de abril; miércoles y jueves


Estos dos días estuvo lloviendo casi sin parar, durante todo el día y la noche, escepto algunos momentos que cesaba, siendo debido, pues así lo parecía, a que al ser varias tormentas y estar dando vueltas sobre la zona, cesaba cuando una pasaba y rompía a llover cuando la siguiente llegaba.
Se veían las nubes negras aparecer por Buendía en dirección hacia Pareja, llegaban y se quedaba el ambiente casi a oscuras. Descargaban su carga, o parte de ella, y cuando pasaban se volvía a "hacer la luz".
Al rato volvían a aparecer nubes negras en el horizonte, lo mismo desde Pareja hacia Buendía, que de este a oeste o viceversa, descargando de nuevo, con más o menos intensidad.

Pero ni de unas ni otras descargó con fuerza como para destrozar nada, al menos por aquí.  Por tanto, creo yo que este agua ha venido muy bien al campo, que falta le hacía, al igual que a todos nosotros.

También habrá contribuído a limpiar las alcantarillas, que ya debían de estar bien repletas de suciedad, a tenor del olor que salía de ellas. Claro que al removerla, y hasta que el agua arrastrara toda esa porquería, estuvieron soltando un tufo asqueroso los sumideros de la casa, así como las arquetas de la calle, que tenemos una por debajo de la terraza, en medio del jardín, que de lo que soltaba no había quien aguantase asomado a la barandilla, admirando el aguacero y los distintos tonos con se cubrían, tanto las tierras y los montes, como el agua del pantano, según apareciesen o se fuesen las nubes y dejasen lucir el sol.

Esos momentos los aprovechaban los pájaros para salir a comer lombrices e insectos que salen sobre la hierba después de llover, y sobre todo por la tarde, pues los pobres, ya que estamos en primavera -que la sangre altera, y ellos no van a ser menos-, tienen que comer más para estar fuertes y aguantar las paradas nupciales y la cría y alimento de los pichones y la pareja.















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Amanecer y recorrido alrededor del pantano

Desde la terraza de mi casa vi amanecer, como otros muchos días, y tomé alguna fotos del mismo, como de unas personas que estaban abajo, junto al pantano, tratando de sacar un coche del barro, donde seguramente se meterían aun de noche, creyendo que por ahí tendrían salida directa al pueblo. Estuvieron de juerga casi toda la noche, pues como hacía buen tiempo aprovecharon el fin de semana para hacer botellón, como suelen hacer más entrada la primavera y en el verano. Hasta que me fui a acostar estuve escuchando la música que salía de los altavoces de los coches y que se extendía sobre la superficie del pantano, como si de amplificador se encargase el agua de transmitirla. Ahora que estos no eran del pueblo, porque por el acento del habla debían de ser de algún país del este. Vienen muchos por aquí, por las inmediaciones del pantano, tanto extranjeros como autóctonos, se atiborran de bebidas alcohólicas y por la mañana van que no ven. Y si encima aun no ha amanecido e intentan irse con pocas luces -aparte de las pocas que ellos llevan ya-, les pasa esto: se meten en cualquier barrizal y se quedan clavados en el fango. También hice alguna foto a una curruca que había entre las ramas del álamo de enfrente de la terraza. Lo que no estoy muy seguro, es de si era una curruca capirotada o una curruca cabecinegra, ya que son muy parecidas y en la foto no se distingue bien el color de la cabeza, al estar entre las ramas y no dejarse ver claramente. Cuando bajé a dar mi paseo matutino por alrededor del pantano ya habían conseguido sacar el coche del atolladero donde se habían metido los de la farra nocturna. Vi que ya había algunas personas más junto al pantano, pescadores en su mayoría, y algunos paseantes disfrutando de la espléndida mañana. También estaba la Guardia Civil pidiendo documentación a gentes de un vehículo y revisándolo. Quizás fuese que estuviesen pidiendo licencias de pescadores, como ya he sido testigo de ello en otras ocasiones. Le hice unas fotos a un matorral y un arbolillo que sobresalen del agua y que me sirven de medidores del nivel del pantano, comprobando que éste desciende a pasos agigantados. Se nota mucho de semana en semana, como de día en día. También estuve haciendo fotos a alguna cogujada común que había desayunando junto al agua. En otras ocasiones son cogujadas montesinas, pero hoy no vi ninguna de éstas y sí comunes, pues tienen el pico más largo, que es el distintivo que hace diferenciarlas de las montesinas que lo tienen más corto, pues el plumaje, los dibujos y el colorido de éste son muy parecidos y hay que ser un entendido en la materia para distinguirlas bien desde lejos, o aun en las fotos. Después fui al pueblo, pues tenía que recoger un paquete en la estafeta de correos, y justo enfrente, a pocos metros de mí, había una mirla y un mirlo picoteando por el césped, junto a la pared de la plaza de toros. Al poco de estar merodeando por el suelo, el mirlo se encaramó a los cables y desde allí nos vigilaba a su "señora" mirla y a mí. Al poco llegó un "lindo gatito" acechando a la mirla que tan gustosa y despreocupadamente "desayunaba" entre la hierba, aunque de vez en cuando me miraba por ver qué es lo que hacía, sobre todo cuando oía el clic de la cámara, cada vez que la hacía una foto. Como le fastidié con mi presencia el desayuno al gato, se acurrucó junto a la tapia y se dedicó a observarme él también. Al momento el observador -o sea yo- se convirtió en observado, pues tanto el mirlo desde las alturas, como la mirla y el gato desde el suelo, "no me quitaban ojo". Cuando llegué a casa y me asomé de nuevo a la terraza, vi que había una pequeña bandada de estorninos negros entre las hierbas y posados sobre la alambrera. También se posaron algunos gorriones, machos y hembras, y algún mosquitero, creo que común, pues del mosquitero musical apenas se distingue. La formación que hacían los gorriones entre los huecos de la malla de la alambrada, quedaba muy curiosa, pues unas veces asomaban medio cuerpo de frente para adentro y otras el medio cuerpo de espaldas -o de "culo"-. Después los estorninos tomaron la alambrada y se pusieron en formación sobre el alambre superior, haciendo el característico ruido que hacen ellos. Da gusto oírlos, ya que tienen distintos registros de trino y dan unos silbidos agudos y bastante fuertes. Es una delicia vivir en un lugar así, rodeado de tanta naturaleza viva, y buen vecindario. Y eso que aun no hay muchos mosquitos, de los que de poderlos contar, se contarían miles de millones, que sino, la naturaleza viva sería aun más viva y “zumbante” si cabe.
AdriPozuelo, Sacedón 6 de abril de 2012