miércoles, 30 de mayo de 2012

EL CANTO DE UN RUISEÑOR La emoción de verlo y oírlo cantar a un mismo tiempo

El hecho no podría, o no debería, compararlo con las conquistas del gran macedonio Alejandro Magno -nacido en fecha memorable para mí-, ni con el hecho, o gran proeza de haber llegado hasta la mítica Babilonia y al gran imperio del Nilo, donde en la primera quizás pudo admirar aún sus famosos jardines colgantes y estar ante el gran Zigurat Etemenanki, dedicado a Marduk -edificación que mandó destruir para volver a reconstruirla después a su antojo y empresa que quedó en ilusión al morir tempranamente el macedonio-, al que bien pudo comparar con las pirámides y encontrarles similitud, al menos en la construcción que no en su cometido, ya que uno albergaba al dios que veneraban los mesopotámicos de la ciudad amurallada y las otras contenían los cadáveres de sus faraones, que aunque fuesen considerados dioses, no se oficiaban ritos religiosos en estas edificaciones, ni en memoria de ellos ni de ninguna de las numerosas divinidades a las que veneraban los habitantes, también de entre-ríos, aunque fuesen brazos del mismo gran caudal. Quizás tampoco lo debería equipar con el grito de ¡¡tierra!! lanzado a los cuatro vientos por el andaluz Rodrigo de Triana desde su atalaya -la cofa de La Pinta-, al descubrir, o ser el primero en avistar el Nuevo Mundo, ni a la gran odisea y conquista de su almirante, el ínclito Cristóbal Colón por haberlos llevado hasta allí, aunque él daba por sentado, y seguro estaba de ello, que habían llegado a Cipango, que es donde creía que llegaría por aquella ruta. Posteriormente le disputaría el premio del avistamiento al lepero, atribuyéndose el navegante la primera visión del continente, quizás por aquello de que un simple “ojeador”, un “don nadie”, se pudiese embolsar la recompensa ofrecida por los Reyes Católicos, siendo que él bien “sabía dónde llegaba”. Por lo que más se alegraría el almirante con el avistamiento, fuese que con eso terminaría el malestar reinante a bordo, al llevar tantos meses zarandeados por la mar, sufriendo calamidades y sin pisar tierra firme. También se desvanecía la tensión por el temor de un nuevo motín a bordo, llegando a buen fin la expedición. Con el descubrimiento de la antigua Troya por parte Heinrich Schliemann, tampoco lo compararía, ya que, aunque estaba seguro de que se encontraba ante la mítica ciudad, aunque todos, tanto él como sus acompañantes, se encontrasen ante un gran montón de arena, donde al clavar su bastón en un sitio concreto, dijo aquello que se le atribuye que dijera el afamado arqueólogo millonario: “-Aquí está la puerta de la ciudad; aquí hay que comenzar a picar”, fue algo grandioso, magnífico. Aunque la frase no sea exacta, más o menos vino a decir eso. Poco después, en Micenas, daría con el espléndido Tesoro de Príamo y en hallazgos posteriores con la tumba de Agamenón y su famosa máscara en oro puro, hechos con los que tampoco puedo igualar el que ha suscitado este escrito. Y con otro, no menos importante, aunque su trascendencia pueda ser distinta a la de los dos primeros, ya que en fama, y además mundial se igualaría, tampoco quisiera compararlo, aunque por poder podría, pero no sería justo, además de pretencioso por mi parte. Este no es otro que el hallazgo de la tumba de Tutankamón, llevado a cabo por Howard Carter tras muchos años de indagaciones, prospecciones y decepciones. Pero que en última instancia, y pidiendo a su benefactor una prórroga en las excavaciones, consiguió encontrar lo que llevaba buscando desde hacía años. Juntos, ya que quiso compartir el honor de visualizar el hallazgo por primera vez, con su mecenas Lord Carnabon, vieron ante sus ojos el mayor tesoro encontrado hasta el momento, y casi intacto, tanto por la riqueza del valor en oro que allí había, como el valor cultural que aportaba para el conocimiento más amplio del antiguo Egipto, además del valor artístico, histórico y arqueológico propiamente dicho. No sería justo por mi parte, querer comparar el hecho con el “gran paso para el hombre” que dio sobre la superficie lunar el comandante Armstrong, tras alunizar el módulo en el que viajaba -el Eagle, denominado así por él mismo-, en la parte sur del Mar de la Tranquilidad, aunque coincida también la fecha con la más importante para mi vida. Enumerar casos o sucesos de relevante importancia, sería ardua labor, a más de cansar al lector con tanto acontecimiento notable y relevante para la humanidad, pues ya los conocerá, seguramente, con más detalle. Tan solo he enumerado unos cuantos por tener cierta afinidad con algunos de estos celebérrimos individuos y coincidir en fechas con otros y uno de los casos; el 21 de julio. En esta fecha posó por primera vez el pie en la luna –que se tenga constancia de ello- la humanidad, representada por Neil Armstrong. En esa misma fecha, pero con 2325 años de diferencia, nació el gran Alejandro en Macedonia y con esa misma fecha, pero 2306 años después que él, nací yo en España. La afinidad, quizás sea la de descubrir nuevas cosas; ver nuevos horizontes; la arqueología -aunque en mi caso es como mero gusto por lo que otros descubren, ya que no tengo medios como para dedicarme a tan querida y admirada labor- y el tesón por conseguir lo que me proponga, si es que me lo propongo seriamente, o me suscita el interés necesario como para llevarlo a buen fin o término. Lo que es comparable con estas personas y personajes –además de lo descrito-, pues es imaginable lo que pudieron sentir y apreciar, tras años de luchas uno, de estudios e indagaciones otros y de preparación, trabajo y esfuerzo, así como de tesón y constancia todos ellos, es la emoción que les embargaría al lograr lo que se habían propuesto. Sí, señores. Esa misma emoción –creo- he sentido yo. Esa emoción me embargó la otra tarde, al lograr lo que venía persiguiendo desde hace dos años aproximadamente. Y ustedes se preguntarán: “¿Y tanta comparación para esa tontería? ¿Esa cosa tan insignificante, compararla con estas otras, o algunas similares sin enumerar?”. Yo les respondo: ¿Se imaginan lo que es pertenecer al 0,1 % de privilegiados que han podido observar en directo el canto de un ruiseñor? ¿Verle entre las ramas de un almendro, desgranado sus trinos, sus silbidos, sus notas aflautadas, oírle esa melodía que vengo oyendo desde hace muchos años y no había visto de qué pico salían, ni qué garganta los creaba? ¿Se imaginan lo que es pertenecer a la minoría del 0,01% de los que le hemos podido fotografiar? Pues si se lo imaginan, sabrán cómo me sentía según le estuve observando en directo durante un buen rato y a través del objetivo de la cámara también. El corazón se aceleraba de la emoción de poder contemplar tan raro acontecimiento. El disparador se sintió oprimido por mi dedo índice durante un buen rato, ya que el selector de modo lo puse en ráfaga, pues no quería perderme ni un movimiento del ave, que aunque cambió de rama no se fue. Era como si quisiera que le fotografiara; como si me dijera: “aprovecha, que para que puedas fotografiarnos otro día a cualquiera de nosotros –los ruiseñores-, vas a sudar sangre y lágrimas, o te vas a hacer viejo intentándolo. Al final conseguí dos tomas claras, nítidas, de todas las que le hice. Ahí arriba lo pueden ver, cantando entre unas ramas. _ _ _ AdriPozuelo _ _ Sacedón, Guadalajara: 16 de mayo de 2012

lunes, 21 de mayo de 2012

Un pollo precioso

El día ha amanecido seminublado, ya que por el horizonte estábamos rodeados de nubes, de tal forma, que el sol apenas lograba introducir sus rayos por entremedias de algunos resquicios que había entre nubes.
Esto a las siete de la mañana, pues según fue avanzando, a eso de las ocho y media, que fue cuando bajé a la calle y me acerqué al pantano, no solo había más claridad en el ambiente, sino que por encima de éste y del pueblo se veía el azul del cielo.
Como el sol aún no había sobrepasado la franja de nubes que había por los alrededores, mirase para donde mirase todo el horizonte era gris azulado, no nos llegaban los rayos solares allá por donde fuésemos andando Suska y yo. Que no fuimos muy lejos, la verdad, pues hacía un frío que parecía que comenzaba el invierno en vez de parecer que estamos en primavera. Me di la vuelta rápido, en cuanto Suska hizo lo que tenía que hacer, ya que hasta ella no quería ir contra el viento, y encima frío.
Al volver, tras dar una batida olfateando con el morro pegado al suelo, cual si fuese una aspiradora, se detuvo bajo las ramas de un pino a ladrarlas. También lo hizo de pasada al ir hacia la ribera, pero apenas se detuvo.
Por más que tiraba de su correa y la decía que nos íbamos y que a qué ladraba, pues yo no veía ni ardilla ni ningún otro animal o ave entre las ramas, no quería irse de allí ni dejar su postura -sentada en la fría hierba-, ni dejar de ladrar.
La ardilla debía de estar observándonos desde su atalaya de madera, ya que Suska no se confunde -o su olfato no la confunde-, pasando desapercibida a mi vista, entre el camuflaje de las agujas de la conífera y el que le da su color de pelaje, en mimetismo con el de la corteza de pino.
Cuando logré retirarla de allí, subiendo la cuesta del camino oí el quiquiriquí del gallo que hay en una parcela vallada cercana y nos dirigimos hacia allí por si podía hacerle algunas fotos, ya que el otro día que tiré unas cuantas al gallinero no le pude tomar bien, pues estaba en el umbral de la puerta, mitad dentro, mitad fuera, como si fuese un portero de discoteca.
Como el gallinero queda dentro de una malla metálica, tejida a cuadros pequeños con gruesos alambres, entre este impedimento, el de la valla del recinto que me limitaba la distancia y el que estuviese medianamente visible, no pude fotografiarle bien.
Cuál no sería mi sorpresa, que al acercarme a la verja y hacer la primera foto al gallinero, con la cámara entre dos barrotes, veo que el gallo se encuentra parado por fuera de la malla y las gallinas en grupo cerca de él, por la parte interior. Al verme aparecer sobre el muro que sustenta la verja, las féminas se vinieron hacia el rincón más cercano a mí.
Al percatarme que su galán estaba con postura muy gallarda observándome -quizás celoso por si iba a “ligarle una de sus novias” de tan nutrido harén- y quieto, cabeza alta, ojos avizor y "hablando" por lo bajo a sus concubinas, con un tenue clo-clo, me fui hacia mi derecha por tomarle mejor desde otra posición.
Así fue y aquí está la muestra de cómo quedó de guapo el "adonis plumífero", pues hay que reconocerle el mérito por su tan nutrido harén, ya que "el mozo lo vale”.
Se fue para el fondo y dio una vuelta al gallinero. Las gallinas debían de saber lo que iba a hacer "el pollo", ya que en cuanto desapareció de su vista se fueron al otro extremo del corral, a esperarle por ese lado, como si ya supiesen que por allí aparecería.
Seguramente llevaba ya bastante rato fuera y haciendo lo mismo, dando vueltas al gallinero por si encontraba la forma o sitio por dónde entrar, para hacer compañía a sus "mujeres", ya que éstas estaban "bobitas" por él, a tenor de lo que vi; allá donde estaba el "gallito del corral" allí iban ellas.

                                       
Posted by Picasa

domingo, 20 de mayo de 2012

De vuelta a Las Anclas, con foto de ruiseñor cantando. ¡Por fin!


El otro día fuimos a la urbanización donde vivimos anteriormente, ya que el portero del edificio tenía unas cartas para darme, pues al encontrármele en el pueblo por la mañana, me dijo que me pasara por allí, porque tenía un "regalito" que darme.

Fuimos por la tarde y aprovechamos para dar un paseo por las calles de Las Anclas y alrededores del pantano, que por aquella parte tiene buenas vistas.

Primeramente estuve haciendo unas fotos a los geranios que tiene Miguel -el portero- en el portal, puesto que estaban preciosos. Los tiene que parecen matorrales de grandes que están, más que plantas de tiesto o maceta.

Seguimos por aquellas calles, unas junto al pantano y otras por el interior de la urbanización, y en una de ellas nos paramos, pues al pasar por cierto sitio y con las ventanillas del coche bajadas, ya que hacía un día espléndido, oímos el canto de varios ruiseñores, junto al de otros pájaros como jilgueros, verderones, verdecillos y pitirrojos, más los de algún que otro estornino.

Como decía, paré el coche y nos bajamos a deleitarnos con tan canoros y agradables sonidos. Como es normal, bajé con la cámara preparada por si alguno de ellos "se dejaba" fotografiar, desarrollando su grata melodía. Justo al borde de la carretera, pues son lo que parecen aquellas calles asfaltadas con cunetas y todo a cada lado, había un frondoso árbol con flores blancas muy olorosas.

De allí venía el canto del ruiseñor que se oía más cercano y allí me planté debajo de las ramas, mirando casi flor a flor, más que rama a rama, por ver si daba con él. Por más que me movía lentamente, daba un pequeño paso a un lado y después al otro, avanzaba, retrocedía y cambiaba de posición, no daba con el músico. Cristina se hartó de estar de pie debajo del árbol y se fue a sentar dentro del coche, pues desde allí -a cuatro o cinco metros- también se le oía claramente.

La verdad es que parece increíble que un pájaro tan pequeño tenga esa potencia de trino como para que se le oiga a tal radio de distancia como se le oye, que son muchos metros. Yo no me cansé y seguí con mis movimientos de atrás hacia adelante y de un lado a otro -muy lentos, eso sí-, por ver si lo localizaba, ya que me guiaba por el sonido. Cuando creía que venía el canto desde una rama enfocaba hacia ella la cámara por si lo podía fotografiar, luego me parecía que venía de otra. Así me tuvo un buen rato, y todo es porque él era el que movía la cabeza según trinaba, de un lado a otro y al cantar tan fuerte, parece que viene de otro sitio el sonido.

Al fin se movió de rama y lo vi. Ya solamente con eso, con haberle visto, me puse la mar de contento pues no es tan fácil verlo, ya que ellos no suelen dejarse ver. Me acerqué muy despacito hasta quedar en una postura en que le veía entre las ramitas y las flores. Estaba entusiasmado viéndole en directo y además viendo y oyendo cómo cantaba. Le hice un motón de fotos, tanto cuando cantaba como cuando se callaba y tan solo salieron dos nítidas, debido a que como estaba entre las ramas y estas se movían con el ligero aire que hacía, la cámara, al ser automático el enfoque, lo fijaba en las ramas o flores que se interponían entre el pájaro y el objetivo.

Aguantó bastante tiempo allí, mirándome cuando dejaba de trinar, silbar, o "tocar la flauta". Cuando visioné en el ordenador "todo el material", la primera, segunda, tercera y muchas más, estaban borrosas. Seguí, con el medio pesar de no tener una clara, pero con la satisfacción de haberle visto en directo, que ya con esto me daba por agraciado.

Al final, o casi al final, veo una en la que con el pico abierto y la cabeza un poco hacia arriba, está lanzando su melodía al espacio. Pasé dos más y vi otra clara, aunque está con la cabeza para abajo, como si estuviese picando algo en la rama, pero se le ve claramente al menos. Al final mi espera mereció la pena. Yo creo que él estuvo esperando a que tuviese alguna foto nítida, ya que son de las últimas que le tomé antes de que saliese volando.

Hicimos un poco más de recorrido por aquellas calles y unas cuantas fotos más, y nos acercamos hasta el Viaducto de Entrepeñas, para tomar unas cuantas fotos de por allí, que aunque ya tengo aquello fotografiado con el pantano lleno, no lo tengo plasmado con tan poco agua como le queda y con todos los accidentes orográficos que han quedado a la vista.

De regreso, Cris estuvo tomando unas fotos al azuz de Pareja, ya atardeciendo, que le quedaron muy bonitas.

Espero que disfrutéis del reportaje y del ruiseñor cantando, aunque no podáis oírle. Al menos lo veis en fotografía, hasta que lo podáis ver en la naturaleza como yo -al fin- lo he visto; si es que no lo habéis visto ya, claro está.

AdriPozuelo
Sacedón





sábado, 19 de mayo de 2012

Mis mañanas



Esta mañana he salido de casa sin la cámara, pues al asomarme por la terraza antes de salir he comprobado que el ambiente estaba poco claro; había una especie de bruma en todo el entorno y aunque se oía muy bien el canto de los pájaros, he pensado que no merecería la pena llevarla, ya que los trinos, silbidos y zureos que se oían muy nítidos, provenían de aves que ya tengo fotografiadas varias veces.

También pensé que no habría, o no encontraría, alguna cosa especial que mereciera mi atención, o digno de ser fotografiado. Pero no ha sido así, pues sí que lo había. Las había, pues eran varias setas de las que yo considero raras, ya que mis conocimientos micológicos son, no ya escasos, sino netamente nulos, si exceptuamos a los níscalos y las setas de cardo. Y éstas, si llego a coger alguna, antes de que algún vecino, o setero se las lleve, las tengo que mostrar a algún entendido en la materia, antes de atreverme a cocinarlas.

Me ha pasado la de marras, ya que el día que no salgo con la cámara colgada al cuello hay algo nuevo que fotografiar, o algo que merezca la pena plasmarlo en la tarjeta, lo que antes hacía en el celuloide, y dejarlo en la carpeta correspondiente del disco duro de mi portátil.

Esto es mucho mejor que aquello otro, el sistema analógico y mecánico manual, muy anterior a lo digital y automático de hoy en día, aunque hayan seguido “conviviendo” en paralelo muchos años. Y quizás los que les queden, pues aunque el soporte en papel fue decayendo paulatinamente a medida que se iba imponiendo el sistema moderno, hay quien por añoranza, o por el amor a un sistema que nos dio tantas satisfacciones, aun lo utiliza y quizás sea por estos “friquis”, o a consecuencia de la demanda que hay del celuloide y el papel, pequeña eso sí, y a pesar de que decayera su consumo, no han llegado a extinguirse.

Aun conservo algunas cámaras de aquellas mecánicas: una Kodak de aquellas de plástico que usaban cartucho; una de las que había que darle a la palanquita de arrastre del carrete, con regulación de objetivo y selección de estilo manual, de aquellas que iban acopladas a su funda de cuero y para usarla tan solo se destapaba la parte delantera; otra Pentax automática de carrete; otra Hp compacta y digital con el objetivo atrancado y "mi querida" cámara réflex Minolta, modelo 404 si, aunque no funcione ninguna.

Esta última la tengo “cargada” aun, pues dejó de funcionar hace años con un carrete dentro a medio uso, cuando mis hijas la estaban usando para un trabajo de la asignatura de Artes, estando cursando los correspondientes estudios en un instituto de Móstoles, y dentro de la variante de “Fotografía Artística”, o “Creativa" ” o “Composición Artística”, que esto no lo recuerdo muy bien, ya que desde entonces ha cambiado tanto la denominación de ciertas asignaturas, como los sistemas de estudio y otras cuestiones; tantas como han cambiado los distintos dirigentes de otros tantos gobiernos, ya fuesen comunitarios o estatales, de los cuales, si eran ordenanzas o leyes del Gobierno Central, algunas comunidades hacían lo “que les daba la gana” al respecto, hacían caso omiso de esas leyes y “se montaban” las suyas particulares, de tal forma que según en qué comunidad se estudiaba una cosa, en la otra u otras era diferente, o de ser la misma cosa, o cuestión, se hacía de forma o método distintos.

El caso es que hay que ver lo que han cambiado las normas. No solo las relativas a la enseñanza o educación, a la cultura en suma, que no sabría decir si a mejor o a peor, viendo y sufriendo, o quizás sería más correcto decir soportando, la poca que se aprecia a nuestro alrededor, mírese en la dirección que se haga.

No solo “el pueblo habla mal”, pronuncia mal, sino que también lo hacen los universitarios -incluso profesores-, los locutores de radio, los de televisión, ¡y hasta los políticos y gente, que en teoría debía ser culta! Estos, con más culpa, tienen una pronunciación que da grima; vamos, de pena.

Ejemplos, muchos, pero baste alguno en concreto. ¿Quién no ha oído decir a gerifaltes, personajes y personajillos, políticos y personajes cultos –incluso los del Ministerio de Cultura y a los que redactan y elaboran las leyes de la enseñanza: “hemos realizao”, o “hemos estudiao” esto o aquello? Cuando no confunden hiatos con diptongos y las palabrejas aun suenan peor. Como el decir: “hemos enviau”. ¡Ay! Pero si tenemos la Gramática por los suelos... ¿Cómo no vamos a estar nosotros?

A “la escuela” había que enviarles a ellos, en vez de permitirles que “nos manden”, y menos aun que nos envíen al garete -que es a donde iremos de cabeza-, que nos mangoneen o que nos ordenen. Y menos aun se les puede permitir que lo hagan en esos términos lingüísticos.

Cuando no les da por hablar u orar en público, disertando sobre materias que a todas luces se ve que apenas, o poco entienden, usando hipérboles o abusando del asíndeton, precisamente para querer dar credibilidad y pomposidad a su persona y a lo que dicen. Y son los “estudiaos” o estudiosos que nos han regido, que van a regirnos, y nos rigen, ¡pero de qué formas señores!

“Se me abren las carnes” –como diría mi abuela- al oírles tantos despropósitos, o al “dar tales patadas al diccionario”, como decía un “maestro” que tuve siendo yo un chaval, que aunque un bruto y un bestia en el trato humano -del que puedo asegurar que carecía y doy fe, aunque ya no me queden restos de las marcas que hizo en mi cuerpo, con la correa de motor que usaba a modo de látigo -, era un experto en el dominio de las palabras y un versado en refranes, parábolas y metáforas, así cómo en fábulas y greguerías.

Aun recuerdo alguna de aquellas fábulas que nos enseñó, la que por estar en La Alcarria me viene al caso, cómo es aquella de Samaniego y que decía así:

A un panal de rica miel
dos mil moscas acudieron
que por golosas murieron
presas de patas en él.

AdriPozuelo
Sacedón

En busca del ruiseñor

Salí de casa por la mañana, para dar el paseo matutino, y lo primero que encontré digno de fotografiar fue un saltamontes que enganchado a la pared tomaba el sol.

Al salir del recinto de la urbanización, con la intención de dirigirme hacia el pantano, oí el canto cercano de un ruiseñor. Nada de cercano, pues siguiendo el sonido, que en un principio me pareció que salía de entre las ramas de un árbol, fui a dar en el parque siguiendo el sonido que me llegaba.

Cuando creía que estaría en el próximo árbol, al llegar comprobaba que de allí no salía el canto, sino que lo hacía del otro que estaba un poco más allá. Tampoco fue así, y cuando llegué al parque oía cantar a varios desde distintos árboles.

Me iba debajo del árbol del que salía un canto de entre sus ramas, y por más que miraba, por más que escudriñaba entre las hojas, no pude verlo, aunque lo tenía localizado. Lo mismo me pasó con otro, y con varios más.

Suska también andaba "con la mosca detrás de la oreja", pues entre que al oírlos se excitaba, por ver si los localizaba, y los mirlos que "aterrizaban" allí cerca, no paraba apenas nada más que para mirar a las ramas, pues se bajaba y subía los terraplenes siguiendo rastros con el olfato y la trufa pegada al suelo.

En esas estábamos, cuando llega una paloma torcaz y se posa en una rama cercana. Allí estuvo un rato observándome, lo que aproveché para tomarla unas fotos. Según vi lo que hizo, al rato de aguantar estoicamente en la rama, comprobé que no es que estuviese en "una sesión fotográfica" porque sí, lo que hacía era esperar por si me iba de allí, pues tenía que llevar ramitas al nido. Como así lo hizo estando yo observándola en su tarea, ya que el nido se encontraba entre unas ramas que quedaban a mi espalda y por encima de mí. Cuando visioné las fotos en casa, pude ver que en alguna salió con los ojos errados, así que, o estaba parpadeando, o se aburría de esperar y estaba dormitando.

Decidí irme hacia el pantano, ya que desistí del intento de fotografiar a los ruiseñores pues no se dejan ver apenas. De camino, bordeando el parque, al fin vi a uno encaramado en las ramas de un árbol seco. Sé que era un ruiseñor por el canto, pues estaba tan lejos que apenas distinguía que pájaro era y, además, tenía el sol casi de frente. De todas formas le tomé unas cuantas fotos, por si acaso se veían después al retocarlas en el ordenador. Pero apenas se distingue una silueta, así que como para distinguir la clase de ave que era.

Al final les hice unas cuantas a los lirios del otro lado del túnel y ese día me di por satisfecho.





















AdiPozuelo
Sacedón