sábado, 3 de marzo de 2012

Amanecer, garza, cormoranes, ánades y cosillas. (I)

El otro día también me levanté temprano, al igual que tantos otros, y vi amanecer y asomar el sol por levante, apareciendo sobre los cerros de enfrente de casa, sobre un trocito de la carretera N-320 que se divisa en lontananza desde mi terraza. Tras tomarme un cafelito y hacer las necesidades obligatorias de la mañana, como ir al servicio, lavarme y “arreglarme” un poco este cuerpo serrano que aun funciona, puse a mi perrita Suska la correa, pues ya andaba detrás de mí como si fuese mi sombra, y nos fuimos a dar un garbeo, o paseo, por los alrededores del pantano y el pueblo. El paisaje siempre es el mismo, aunque cambiante día a día. Si es el cielo, o tiene nubes o está despejado; si es el paisaje terrestre, tiene sombras y claros, producidos por esas nubes, o está nublado porque amenaza tormenta, que solo se queda en eso, mera amenaza pues no llueve ni por recomendación que diría el otro; si es el pantano en sí, todos los días está distinto, pues todos los días baja el nivel del agua a pasos agigantados, dejando al descubierto árboles, tanto en pie como caídos y podridos, como luengas lenguas de tierra que van apareciendo por distintos sitios de su litoral, como pequeñas islas, o isletas, en las que se ven alguna garza real, cormoranes grandes con sus alas extendidas secándolas al sol –si lo hay-, o al aire –si corre-, ánades y gaviotas. También apreciamos los cambios de paisaje en sus aguas, pues de los ciento y más de treinta embarcaciones que había en la rivera de enfrente, junto a unos embarcaderos, como sujetos en boyas, hoy vemos éstas desperdigadas por la superficie y solitarias, ya que la flota se ha reducido tanto que apenas se cuentan diez embarcaciones, entre lanchas motoras y algún velero. Por el paso que se va haciendo con dos lenguas de tierra, debido a la bajada del nivel del agua, ya que de no ser así no se notaría como paso de una parte de la rivera a la otra que forma la isla de la Boca del Infierno, pienso pasar a la isla mencionada andando. Ya lo había pensado hace tiempo, pero creí que no llegaría a hacerlo; al paso que lleva el vaciado del embalse, quizás lo haga antes de lo previsto incluso. Por este estrechamiento corre el aire que se las pela; quizás sería más cierto decir que corre un aire que pela, pues estas mañanas frescas aun, en que salgo a pasear por cerca del agua, el viento frío azota y en cambio por aquí arriba –por cerca de casa- apenas hace un airecillo, como una brisa a veces. Unos días atrás, el viento fue tan fuerte que algunos barcos se movieron de sitio, llegando a encallar en la orilla contraria, cerca de la Rivera de Entrepeñas, que es por la que accedo al pantano todos los días, viéndolos navegar solos como barcos fantasma desde mi terraza. Esos mismos vientos, en que soplaron con fuerza y además helados, movieron de sitio uno de los embarcaderos llevándolo hasta cerca de la isla de la Boca, en lo que parece encallado en una de sus lenguas de tierra. Seguimos paseando –mi Suska y yo- por la rivera y los ánades salían del borde hacia el interior del pantano según nos aproximábamos a ellos. Unos se alejan volando hacia el centro del pantano, o hacia la orilla opuesta, en lo que otros lo hacen a nado dejando largas estelas de ondulaciones sobre el agua de la superficie. Al llegar junto al embarcadero, pude apreciar que se encontraba por bastante debajo de su primitivo emplazamiento, quedando al fondo de un pequeño terraplén, lo que sirve de impedimento para un buen acceso a él. Las embarcaciones que retiran de aquí para sacarlas del pantano, así como las que traen a amarrar desde tierra, las posan en el agua por cerca del viaducto, ya que según he podido comprobar, es la mejor zona para introducir en el agua los remolques que las transportan y los vehículos que tiran de ellos. Un poco más allá del embarcadero, en lo que hacía unas fotos a los ánades que huían de la orilla al vernos a nosotros aproximarse, vi una garza real en reposo al borde de un saliente de tierra. Estaba muy quieta, con el cuerpo hacia la isla y la cabeza vuelta hacia su derecha, por lo que me figuré que estaría vigilándonos, sin quitarnos ojo de encima. Así lo pude comprobar al ampliar la foto en la pantalla de la cámara. Hacen como que no te miran, o que lo hacen para otro lado, pero te vigilan todos tus movimientos continuamente; es como cuando nosotros decimos que “lo hemos visto por el rabillo del ojo”. Ascendí por un pequeño terraplén, para dar un rodeo y poder fotografiarla mejor, siempre y cuando la tomase desprevenida. No fue así, pues parece que la muy puñetera esperaba verme aparecer por arriba, ya que en el momento de asomarme por el borde del declive, o cortado del terreno, la vi que emprendía el vuelo y aunque disparé la cámara, no pude tomarla ninguna en su huida, ya que las ramas de los arbustos y algunos árboles lo impidieron al llevar un vuelo bajo en su escape. Al poco, al hacer unas fotos a los cormoranes de una isleta y ampliar la foto en el monitor de la cámara, vi que la garza estaba estática allí, al borde del agua, como si no se hubiese movido nunca. Era la misma, ya que un momento antes no estaba y por la trayectoria del vuelo lo más seguro es que fue hasta allí bordeando la gran isla de la Boca del Infierno.

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