sábado, 2 de febrero de 2013

Niebla, hielo y plantas llorando cristales

Quizás se piense que las realas con la niebla y con hielo no tienen nada que ver, o ninguna relación, pero no es así. En realidad, si hay niebla no se caza y por tanto no hay realas en danza, ahora que si hay hielo solamente y el ambiente está despejado, sí se puede ir de caza y por tanto las realas sí entran en escena. Este día en concreto se relacionaban ambos, los tres, aunque habiendo niebla espesa como había, no deberían estar aquí correlacionadas las realas.

Ese día comenzó con unas cuantas fotos de la niebla desde mi terraza. Aun no había amanecido cuando me asomé para informarme sobre cómo afrontar la mañana y saber si tendría que abrigarme más o menos, para así soportar el frío de los alrededores, sobre todo cerca del pantano, que cuando hace frío de helada, la temperatura suele estar de dos a tres grados menos que los que marca el termómetro del acondicionador.

Lo encendí y vi que marcaba menos tres grados fuera y siete positivos dentro, entre cristales, pues la terraza está cerrada con grades puertas de corredera con doble acristalamiento. Las violetas de los Alpes, los ciclámenes, estaban contentos. Se les veía con sus tallos bien tiesos hacia arriba y alrededor, tanto los de las hojas como los de las flores; y es que les gusta el frío.

Haciendo las fotos soportamos los -5º C., son los que había junto al pantano y aledaños. Suska parecía no sentirlos, a pesar de no llevar prenda alguna de abrigo. Yo tan solo lo sentía en la cara, ya que corría un ligero relente proveniente del norte y era lo único que llevaba a la intemperie. En el resto del cuerpo no sentía frío, pues iba bien pertrechado de prendas de abrigo y los pies bien guarecidos con calcetines gruesos de lana y botas de montaña.

Al salir de la urbanización, comprobé que las perlas de rocío que otros días están adheridas a los hilos de telarañas se habían congelado, encontrándose lo más parecido a cordones de hielo; al dar un ligero empujón al cerrar la verja, calló todo hecho pedazos. Tomé unas cuantas fotos de las plantas heladas, la mayoría con rosarios de cuentas de cristal. Las hojas estaban ribeteadas de fríos bordados y la mayoría tenían adheridos cristales de hielo, tanto por el haz como por el envés, de tal forma sobresalían que parecía se les hubiera acumulado por capas.

Los frutos de los olivos, las aceitunas, estaban congelados; los pétalos de las florecillas estaban completamente rodeados de hielo, semejando estar presas entre metacrilato, ya que los tallos y las vainas de sus simientes se encontraban en iguales condiciones.

Cuando di por finalizado el paseo y la sesión fotográfica, nos acercamos al pueblo para hacer algunas compras. Me acerqué hasta el bar habitual y en la calle adyacente vi un vehículo todo terreno con un remolque enganchado, en el que unos perros gemían. Con sus hocicos arrimados a las mallas que cerraban los huecos a modo de ventanas, oteaban el exterior, mirando con ojos tristes a los pocos transeúntes que pasábamos cerca.

Les tomé algunas fotos al llegar y otras al salir. Les hablé como lo hago con Suska –aunque sabía que no me entenderían-, doliéndome del estado en que se encontraban, pues estaban tiritando de frío. Aunque estaban muy juntos y podrían haberse dado calor unos a otros, no creo que fuera posible que alguno de ellos tuviera tanto como para calentar a los demás o entre sí. Estaban escuálidos, o al menos esa impresión daban, dado lo que se marcaban sus huesos en sus pelambres. Claro que en algunos perros, como los galgos y los podencos, yo sé que esto es así, pero algo se sabe diferenciar cuando se ha estado, o tratado con perros.

Los había podencos y cruce de estos con otros tipos de perros parecidos a ellos, además de con galgos, así como de algún cruce con bóxer y otro tipo de perro robusto, pues de ser auténticos, de pura raza, tanto los unos como los otros se encontraban en tan lamentable estado, como para dar lugar a confusión o conjeturar sobre si “son galgos o si son podencos”, como en la famosa fábula.

Todos ellos tenían marcadas, o pintadas, unas letras y quizás algún número, pero esto no pude verlo claramente pues no se veía bien dentro del remolque, y marcas de rasguños en los hocicos y caras, producidas por ramas o garras de otros animales, ya curadas y cicatrizadas.

Terminando de hacer las fotos se acercó una vecina y me dijo: ¿Qué, haciendo fotos a los perros? La contesté que sí -aunque esto era obvio-, porque al acercarme a ellos y verles con cara de pena y tiritando de frío, ya que el remolque sería como el interior de una nevera, me dieron lástima. Entonces me refirió el motivo por el que estaban allí.

Al amanecer del día, habían ido hasta Alcocer para asistir a una cacería organizada, pero como por allí también estaba baja la niebla y no levantaba, se habían vuelto a Sacedón y allí estaban, esperando en un bar, esperando a que levantara, pero que vista la hora que era ya y que la niebla seguía cubriendo la zona, al parecer bastante extensa, ya que en otros pueblos cercanos, como más lejanos y según sus informaciones, seguía la niebla cubriéndolo todo, pronto se irían a casa pues así no se podía cazar.

La niebla era persistente y reiterativa, así llevábamos ya un tiempo, se había anclado a La Alcarria con intención de permanencia y no solo de un día.

Como conozco a la vecina, ya que es la dueña del “novio” de Suska y nos encontramos muchas de las mañanas en nuestros paseos matutinos, no comenté nada más que la lástima que me daban los pobres perros allí encerrados, la cara de pena que me habían puesto, y tenían, y los gemidos que les había oído dar al acercarme al remolque.

No quise comentar nada de lo que pensaba de los cazadores, ya que su marido es uno de ellos y ella si no lo es, al menos participa en las cacerías a tenor de lo que me dijo.

El caso es que ya estaba cercano el medio día del sábado y a esas horas, al parecer, ya no se podía ir de caza ni aun levando anclas la niebla, habiendo abandonado ellos la partida las once y media de la mañana; los perros estaban ateridos de frío dentro de una nevera en forma de remolque metálico de dos pisos; en el exterior, en la calle, el termómetro marcaba -5º C., por tanto es la temperatura que estaban soportando los pobres animales allí quietos, o sin poder dar siquiera unos pasos; y que sus indolentes dueños esperaban dentro de un bar o cafetería, que lo mismo da, tomando cafés calientes y alguna copa que otra, pues es lo que tenían en las mesas donde se encontraban matando el tiempo, ya que matar otra cosa no podían.

Pero sin proponérselo, podrían estar matando de frío a alguno de sus perros. Ahora que eso no les debía preocupar, pues de preocuparles no los tendrían así tantas horas, sin comida y sin bebida, que es lo que se apreciaba desde fuera, atisbando por las aberturas de la chapa, ventanucos con barrotes cual mísera cárcel. Si acaso hubiesen tenido vituallas con ellos, en donde el espacio era escaso, me figuro cómo habría de estar, a tenor del hedor que despedía el indigno habitáculo.

Sobre estos pobres animales, los de caza, sería por los que se crearía la frase aquella de: “vida de perros”. Porque que yo sepa, al perro pastor, aunque trabaja para ganarse la comida y el alojamiento, no lo encierran nunca en un cubil tan pequeño; ni el del hortelano, que trabaja de guarda de la huerta para ganarse su sustento y vivienda, que a pocos les falta su caseta, aunque estén sujetos con una cadena a cierta distancia de ella; ni al casero, aunque estén de guardas de la finca del amo algunos de ellos; a ninguno de estos, que yo sepa digo, les va tan mal en la vida, por ende vida perruna como tal especie que es, pero no “vidas de perros” como les dan sus amos a los de caza.

Y algún tiro también, ya que se llevan alguno sin querer, o por nefastos tiradores los escopeteros, o porque se hartan del perro y así, aunque les cueste un cartucho, se lo quitan de en medio.




















Adrián Martín Alonso
AdriPozuelo
Sacedón, Guadalajara
2 de febrero de 2013


No hay comentarios:

Publicar un comentario